Opinión | Argentina

Entre el caos y la esperanza

Recientemente, he tenido la oportunidad de conversar con un profesor de finanzas de una universidad de la ciudad de Buenos Aires y un empresario de la provincia de Córdoba, sobre la situación de Argentina y sus expectativas tras la llegada a la presidencia de Javier Milei al frente del partido La Libertad Avanza. 

Su triunfo ha despertado opiniones contradictorias en todo el mundo: curiosidad, preocupación, rechazo, esperanza, sorpresa, indignación... Comparto a continuación con ustedes algunos de los temas sobre los que hemos conversado.

Estamos viendo en los últimos años cambios políticos sustanciales en los países que basan su convivencia en un sistema democrático, con elecciones periódicas en las que el pueblo elige a los representantes que considera más adecuados para tratar las cuestiones que más les preocupan. 

Crece el protagonismo de los partidos radicales –de ultraderecha o populistas–, que, incluso, están gobernando. Así está sucediendo en Europa –Noruega, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Suiza, Italia, Austria, Francia, Italia– y América –Brasil, EE.UU. Chile, Perú, El Salvador y Argentina, por ejemplo.

Esa radicalidad en las propuestas de solución a temas candentes concretos, surge ante el fracaso de los partidos tradicionales a la hora resolver los problemas reales de los ciudadanos. 

La decepción en Europa se basa en gestión de la inmigración, la economía, en determinadas transformaciones sociales, el euroescepticismo, los movimientos contrarios a la globalización, la guerra en Ucrania, el cambio climático, …

En gran parte de América, tal vez las causas fundamentales del desengaño sean la desigualdad social, la pobreza, la educación y la corrupción, males que los gobiernos de izquierdas no han sido capaces de paliar a lo largo del tiempo.

Como causa común habría que añadir la incoherencia que invade el funcionamiento del mundo que llamamos Tierra: se plantean objetivos deseables pero utópicos y, además, se actúa de forma contradictoria para su consecución; tal vez los ejemplos más claro sean la llamada Agenda 2030, la actitud ante el cambio climático y la energía.

Y los ciudadanos tienen derecho a intentar la transformación que desean, votando otras opciones, aunque muchos puedan considerarlas inviables: este parece ser el caso de Argentina con Javier Milei. 

Durante el año 2024, ciudadanos de países que producen en torno al 50 % del PIB mundial y representan más de la mitad de la población, celebrarán elecciones, que servirán para confirmar o desterrar las anteriores conjeturas. 

Hablar de Argentina y sus dificultades políticas, económicas y sociales de hoy, me retrotrae a los años de mi niñez, en la posguerra, y a las graves penurias que sufrimos los españoles. Argentina ayudó a España con el envío de trigo, lentejas, carne y otros muchos productos básicos para paliar el hambre; mis recuerdos infantiles se concretan en unas cajas de cartón alargadas, con una ventana de papel de celofán, que contenían fideos. Ese sencillo envase no se desperdiciaba, lo utilizaba como un imaginario coche o barco en mis juegos infantiles. 

Milei, con sus modos histriónicos, provocativos, más propios de un comediante caricato que de un político al uso, sus gritos estentóreos, sus propuestas radicales y hasta osadas, y su lema “Viva la Argentina, carajo”, llegó a concitar la adhesión del 56 % de los votantes y resultó ganador en todas las provincias, salvo en tres. Sus apoyos proceden de todos los grupos sociales, hastiados y enojados por la continuidad de una situación insostenible. 

Los argentinos tienen derecho a buscar soluciones en otras opciones políticas, aunque parezcan aventuradas, cuando las ya experimentadas han fracasado reiteradamente.

La alta participación, un 76 % del censo, revela la preocupación del pueblo argentino por la delicada situación del país: inflación del 254 % al finalizar el año 2023 –influida por una fuerte sequía–; altos niveles de pobreza y corrupción; inseguridad en las calles; déficit público apremiante debido a los subsidios, ayudas de todo tipo y tamaño del Estado –casi 3.500.000 funcionarios–; una diferencia de hasta 300 pesos entre el cambio oficial del dólar y el del mercado negro, …

Él se define como un liberal anarquista de mercado –el presidente venezolano Maduro le calificó de neonazi–, y propone objetivos como: disminución del tamaño del Estado; descentralización; una sociedad plural en la que cada persona tenga libertad para construir su propia vida sin imposiciones, en el más amplio sentido de la expresión, es decir, en los ámbitos político, económico y social y mitigar el ruido permanente que genera la política, que impide llevar a cabo una gestión planificada y organizada para implementar los cambios que el país precisa.

En Argentina se le considera un anarco-capitalista; sus propuestas no pueden ser metidas en ningún clasificador de las políticas actualmente vigentes en el mundo. Su principio básico es que el mercado nunca se equivoca, no comete errores, y así lo expresó reiteradamente en su reciente intervención en el Foro de Davos.

En la próxima columna analizaremos las soluciones concretas emprendidas y el nivel de esperanza depositado por el pueblo argentino en ellas.