Opinión | ARENAS MOVEDIZAS

Los libros que no vas a leer

Acumulamos más novelas de las que nos dará tiempo a leer como anotamos películas que jamás veremos o planeamos viajes que nunca haremos. El ser humano pone en un lado los elementos que pondrían a su alcance la sabiduría y en otro la frustración por la imposibilidad de alcanzarla

Los libros que no vas a leer.

Los libros que no vas a leer. / Pexels

En alguna ocasión he leído a algún escritor próximo a convertirse en octogenario que a partir de esa edad en que se atisba el final en el horizonte debe acometer la penosa tarea de elegir de entre todas las historias formidables que tiene en su cabeza. Ya no habrá tiempo de escribirlas todas. A saber cuántas obras maestras de la historia de la literatura, el ensayo, la poesía, la pintura o cualquier de las bellas artes se habrán perdido para siempre en el imaginario idealizado de sus autores.

Entre quienes disfrutamos de las obras ajenas suele ocurrir a la inversa. El lector acumula libros que no leerá; el cinéfilo incluirá en la lista de 'pendientes' películas que nunca verá; el viajero curioso planeará concienzudamente las ciudades o parajes aún por conocer y sus anotaciones quedarán arrumbadas en un cajón o convenientemente 'recicladas' por los herederos en el contenedor azul. En suma, ponemos a nuestro alcance los elementos necesarios para adquirir la sabiduría junto a la frustración de estar seguros, cual asunción consumada y resignación consciente, de que no la alcanzaremos más que en la superficie arañada del conocimiento que pudimos alcanzar pero nunca logramos.

Entre los libros de casa, los nuevos que adquirimos, los que nos regalan y los que acabamos repartiéndonos en las redacciones por gentileza de las editoriales que los remiten en busca de una reseña, muchos acabamos por acumular más de los que podremos leer en nuestra vida. Esto se sabe. Conozco a muy pocos lectores capaces de renunciar a un nuevo título que aparcar en su biblioteca. No lo leeremos mañana, ni pasado, ni siquiera el mes que viene. Algunos se engañan en el corto plazo pensando que será el siguiente de la lista. Duda razonable. Hace un año leí por primera vez 'La Fontana de Oro', de Pérez Galdós. Lo compré de ocasión hace 20 años con la predisposición a beberme el Trienio Liberal al día siguiente, o la semana siguiente, o al mes siguiente. Al final tardé casi siete trienios en decidirme a leerlo. Pongamos una frecuencia más que generosa para un lector constante: un libro a la semana o cada diez días. Echen cuentas de los libros que tienen, los libros que leen y las velas del último cumpleaños. Ahí lo tienen. Cientos de títulos, cientos de discos, cientos de películas en la estantería de lo que pudo ser y no fue.

Habrá quien legítimamente opine que acumular libros para los que no habrá tiempo es simple esnobismo. Objeto: ese 'Diógenes cultural' es un estado psicológico, es amarrar la garantía de que en cualquier momento tendremos la posibilidad de abrir ese libro por la primera página. Les ocurre también a los melómanos, que desde hace años no saben qué hacer con tanto vinilo, con tanta cinta de casete, con tanto cedé. Dónde los meten, dónde los metemos. Regalarlos, donarlos o echarlos a la basura son alternativas que ni siquiera se plantean. Puede que el 'streaming' haya vencido a la música, pero el 'e-book' está muy lejos de doblegar al papel. El 'e-book' no huele a nada. Desentenderse de esos tesoros es una opción no contemplada porque en esos objetos, muchos de ellos en desuso, conviven todas las fases de la vida, nuestra particular memoria histórica trazada en un sendero de surcos, o de páginas, o de cinta magnética o de estuches de VHS.

Al igual que ese escritor que se encamina a la última etapa de producción y se resigna a desechar algunas historias, muchos lectores comienzan a entrar en la fase de qué leer y qué descartar, esa en la que hay que decidir si nos enfrentamos a Marcel Proust de una vez por todas; si le metemos mano al 'Ulises' o a 'La Odisea'; si al final nos atrevemos con aquel clásico o con esa modernez que los medios hemos puesto de moda. No se avergüencen. Sigan acumulando libros que no leerán. Nunca vino tan al caso el conocido proverbio de William Blake, 'el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría'. No la alcanzaremos, pero al menos lo habremos intentado.