Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

La solución es más Europa

LAS DIFICULTADES de Europa, a la que se le reclaman ahora más responsabilidades dentro de un contexto global más inestable, han alimentado populismos indeseables, en gran medida inflamados por la influencia de cierta política norteamericana, como la trumpista. Pero se espera de los ciudadanos europeos equilibrio y mesura, como corresponde a un lugar en el que habitan muchas capas de civilización, y donde se ha desarrollado un sistema envidiable de educación pública que viene de lejos.

Europa no puede decepcionarse a sí misma y a sus ciudadanos, porque tiene suficientes mimbres y suficiente trayectoria como para defender las democracias y lo que las democracias suponen. Fallar a este mandato de la ciudadanía supondría aumentar todavía más la desafección, generar aún muchos más miedos castradores de los que ya existen. Los dirigentes europeos, más allá de las moquetas de las instituciones, deben ponerse a ras de suelo y saber que tienen en sus manos el más grande proyecto de libertad y desarrollo de los últimos siglos, y, por tanto, no pueden fracasar, ni flaquear, por mucho que estemos viviendo un tiempo complejo. 

Los grandes retos están para llevarlos a cabo, no para mostrar debilidad. Sobre todo, si tienen que ver con la libertad, la igualdad y la defensa de la pluralidad de culturas, que es la mayor riqueza de Europa. La diversidad no es una dificultad, es una herramienta para ganar el futuro. Las visiones egoístas, paternalistas, proteccionistas, que vuelven a la vieja política de los estados amurallados y exclusivos, una visión medievalizante de la historia, creen que defienden una extraña pureza, pero la historia no va de pureza ni de exclusividad, sino siempre de sincretismos, influencias y pluralidades, en pos de la mayor libertad posible. Nada se gana con la división, con la mirada pequeña y mezquina. El espíritu de Europa pasa por un mundo colaborativo, en el que la ciencia sea el motor, también la riqueza de las culturas y las lenguas. 

Pero es obvio que ya no podemos ampararnos en las visiones idealistas. Ni siquiera los padres de Europa, empezando por Edgar Morin, aceptan el papel central de la racionalidad, sobre todo si es simplificadora. Sólo desde lo complejo y lo profundo, desde lo científico, se puede abordar la realidad. Hasta la incertidumbre, por más que sea inconfortable, ha de aceptarse como un elemento esencial de este tiempo que hay que saber utilizar. Mucho mejor que luchar contra el oleaje es aprender a surfear la cresta de las olas.

Morin cree que la guerra lo mancha todo y lo empeora todo. Así es. Y la invasión de Ucrania le trajo las sombras oscuras de la Segunda Guerra Mundial. Apuesta por el lado pacifista, aunque la realidad se muestra esquiva. ¿Puede Europa mantenerse en su exquisita postura ante un mundo más agresivo, en el que han aumentado exponencialmente los totalitarismos? Siempre me ha gustado que Europa esté más interesada en la educación o en el arte que en los asuntos militares. Ojalá pueda seguir siendo así. Pero son muchos los que aseguran que los tiempos ya son otros. No es la primera vez, así que sabemos bien de lo que hablamos. Pero sí es la primera vez que se defiende un proyecto de modernidad que no tiene ningún parangón posible.

En lugar de escuchar cantos de sirenas, que atraen inexorablemente contra las rocas, los ciudadanos europeos deben pensar en todo lo que cabe defender, en lo mucho conseguido, en la inmensa belleza de un territorio de fronteras abiertas, culturas compartidas, objetivos educacionales y científicos. La libertad se ilumina con la cultura. El reto es no quebrarse como entidad colectiva: respetar al diferente, construir una industria más potente y efectiva, lograr la independencia energética, todo lo que haga de Europa un lugar fuerte ante la adversidad o ante cualquier agresión potencial. Todo puede empeorar, es obvio. Pero no será así si los ciudadanos europeos son conscientes de que algo tan extraordinario, a pesar de todos los errores, no puede perderse. Perder Europa, debilitarla, apagarla, sería imperdonable.