Desde aquel primer pistoletazo en 1978 que daba la salida a 2.500 atletas en la Plaza del Obradoiro, la prueba compostelana organizada por EL CORREO GALLEGO ha basado su éxito cada año (salvo el paréntesis obligado por la pandemia), en la participación de miles de corredores que simplemente acuden con el objetivo de terminar y que en muchos tramos tienen que aflojar la marcha hasta incluso caminar, y para los que pese al esfuerzo durante los 12 km del recorrido, llegar a la meta de la carrera más bonita del mundo en el Obradoiro, es todo un triunfo.
Si hay algo que no ha sufrido ningún cambio con el paso del tiempo es el carácter popular de una prueba que ha demostrado que hacer deporte está al alcance de todo el mundo. La cara de alegría de los participantes, la ilusión de los escolares y la animación que aporta a la carrera un público que anima sin cesar en las aceras de Santiago, empuja a los corredores a participar en más ocasiones.
Pese a que con el paso de los años las victorias en la Pedestre de Santiago fueron copadas por atletas olímpicos o campeones mundiales, la prueba nunca abandonó a los aficionados que por un día se enfrentaban a los codazos en la avenida de Xoán XXIII, a la soledad del campus universitario o a la desafiante amenaza de la cuesta de Vite con la única pretensión de alcanzar la meta.
Y que decir de los niños. Son muchos los profesores que reconocen el día siguiente de la prueba a los alumnos que participaron por su andar lastimoso y las conversaciones en la que las agujetas son el tema principal.
Es una satisfacción para los organizadores ver las caras de ilusión de los más jóvenes, comprobar como los más niños esperan alcanzar la edad requerida para poder participar y ayudar con su trabajo a que muchos practiquen deporte por primera vez.
Porque la Carreira Pedestre de Santiago tiene una personalidad muy marcada y definida gracias a todos esos anónimos atletas que ayudan cada año a hacerla más grande.