Mucho más que un cofrade

Ángel Porto ante el altar de la capilla de la Orden tercera / A. hernández

Ángel Porto ante el altar de la capilla de la Orden tercera / A. hernández / rodrigo paz

Ángel María Eugenio Porto Llovo (Santiago, 1955) lleva la Semana Santa compostelana en la sangre. Este picheleiro hasta la médula, como él mismo se define, comenzó a formar parte de las procesiones con tan solo seis años. Lo hizo en 1961, por tradición familiar. Muy pocas personas viven la Semana Santa en la ciudad del Sar como él, pues ahora participa en hasta cinco cofradías (Cofradía de la Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén, Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Santísima Virgen de los Dolores, Cofradía de Nuestro Padre Jesús Flagelado, Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Santísima Virgen de los Dolores, y la Real e Ilustre Cofradía Numeraria de Nuestra Señora del Rosario), sin embargo, Ángel Porto es mucho más que un cofrade.

Cada día, como secretario de la Orden Franciscana Secular de Santiago, mantiene uno de los templos con más historia del centro de la capital gallega, la capilla de la antiguamente conocida Venerable Tercera Orden Franciscana, que fue construida en el S. XVII por el maestro de obras de la Catedral de Santiago Domingo Antonio de Andrade, quien curiosamente también perteneció a la orden e, incluso, ocupó el cargo de ministro de una orden que surgió de un grupo de seguidores de San Francisco de Asís que ya habían contraído matrimonio. Ángel Porto la muestra orgulloso, siempre está dispuesto a hacerlo y a contar su historia, incluso ha dejado un cartel en la puerta en la que deja su número de teléfono para que la gente lo llame cuando el templo se encuentra cerrado. En su interior, se esconde un legado cultural de valor incalculable que intenta conservar como buenamente puede, fundamentalmente con las cuotas que pagan los apenas 12 miembros que componen la Orden Tercera, pero también con donativos que dejan las personas que acuden a la capilla. De hecho, el templo estuvo a punto de derrumbarse de no ser por la intervención del Consorcio de Santiago.

En sus tiempos dorados, tal y como recuerda Ángel Porto, se atendieron a muchas familias en momentos difíciles como los de la mal llamada gripe española, durante la Primera Guerra Mundial. También se atendieron a peregrinos en tiempos más cercanos a la actualidad, durante la década de los noventa, cuando todavía no existía la red actual que tiene el Camino de Santiago, a quienes se les permitía asearse en unas duchas que se conservan a día de hoy.

La capilla de la Orden Tercera Franciscana también cuenta con un espacio, para muchos desconocido, que encierra gran historia y en el que se encuentran reposando algunas de las personas más ilustres de la ciudad, como los marqueses de Montesacro o Roberto González de Blanco que, además de llegar a ocupar el cargo de ministro de la Orden Tercera Franciscana, fue director de la Escuela de Artes y Oficios. Se trata del cementerio que se encuentra en el Campillo de San Francisco. Datado del S. XVII, se amplió un siglo después para poder dar descanso eterno a los frailes que vivían en el antiguo convento -hoy convertido en hotel- y a los miembros pertenecientes a la Orden Tercera Franciscana, algo que conoce muy bien Porto, pues cuatro generaciones de su familia se encuentran en un cementerio que fue precintado en 1962 debido a un edicto municipal.

El camposanto, que se encuentra adosado a la parte trasera de la iglesia de la Orden Tercera y tiene acceso desde el propio campillo por una puerta con reja situada en el sur del muro de la casa rectoral-sancristía, cuenta con un escudo franciscano tallado en piedra del S. XIX y unas escaleras que fueron incorporadas en 1836, un año clave para el templo pues, con la desamortización de Mendizábal, la Orden Tercera perdió el control de este lugar santo. Sin embargo, el gran poder económico de los franciscanos permitió recuperarlo poco después. Desde entonces, personas como Ángel Porto han trabajado a diario para conservarlo hasta el día de hoy.