Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Por tu cara bonita

COMO la inteligencia artificial ya es omnipresente en nuestras vidas (de eso hablábamos aquí el pasado domingo), la privacidad de nuestra existencia empieza a ser un grave motivo de preocupación. La tecnología puede ser estupenda, evidentemente, y de ella depende el progreso. Pero ya se sabe que también puede ofrecer su lado oscuro. Y si lo tiene, sin duda alguna se usará.

No sólo está el aprovechamiento de los algoritmos en los contextos bélicos, algo de lo que se discute en los últimos días, lo que implica una mayor deshumanización (si cabe) de la guerra. También tenemos la utilización de la información personal de los individuos, a menudo sin explicaciones claras sobre los procedimientos empleados y sobre los objetivos perseguidos. Las leyes de protección de datos, muy garantistas en Europa (lo que parece incomodar en otras latitudes), deben ser celebradas como una defensa a ultranza de la libertad de los ciudadanos, pero, al tiempo, la propia Europa, quizás atemorizada en estos tiempos de incertidumbre y de inestabilidad, ha aprobado sistemas de recogida de datos individuales, como sucede con el reconocimiento facial, que poco a poco empiezan a multiplicarse. 

Atrás quedan ya algunas décadas en las que los procesos de vigilancia sistemática y callejera se observaban como altamente inadecuados, o, al menos como agresivos para la ciudadanía. Se identificaban, de hecho, con algunos gobiernos autoritarios, o con aquellos en los que un ciudadano, antes que nada, resulta ser un sospechoso en potencia. Ha bastado que el miedo haya empezado a reinar, agitado también en no pocas ocasiones como herramienta de control social, para que se haya echado mano con urgencia de la tecnología controladora y, digámoslo claro, un tanto orwelliana. El síndrome del Gran Hermano siempre ha estado presente, desde que se observaba por la mirilla, o por el agujero de la cerradura. O quizás, mucho antes de todo eso. 

Lo que pasaba es que esa mirada escrutadora y vecinal sucedía y desaparecía casi al mismo tiempo. Ahora, la tecnología permite mirar de otra manera, y con afán de globalidad. El viejo sueño, o más bien la vieja pesadilla, de controlar la vida de todas las criaturas humanas, grandes y pequeñas, empieza a hacerse realidad en todas partes. Las cámaras inteligentes leen ya los rasgos faciales de los ciudadanos, penetran en sus vidas y, a cambio de facilitarnos las cosas (evitando contraseñas, códigos, colas en los aeropuertos, etc.), van devorando las identidades, engulléndolas, y construyendo con ellas, imagino, una gran base de datos a nivel mundial. 

¿Cómo le llamarían a eso? ¿No es exactamente un Gran Hermano? Por supuesto, como escucho con cierta ironía a algunos especialistas de los universos digitales que aparecen en televisión (Marc Vidal, ayer), todo se hace por nuestro bien exclusivo. Faltaría más. La palabra seguridad es ahora mismo una de las más repetidas en cualquier foro global. La inestabilidad, el peligro potencial que proyectan los conflictos, o las injusticias, terminan repercutiendo en los proyectos abiertos al mundo, como el europeo. La emigración puede decidir elecciones, sobre todo si es posible retorcer la realidad hasta el infinito y más allá: siempre hay un tuit para un descosido. 

El fin de cualquier forma de anonimato (en un mundo digital poblado de nombres inventados) parece estar próximo. La necesidad de ver a través de la piel de los individuos (esperen a que pueda leerse el pensamiento, ese sí será el inicio de una gran dictadura global…) se justifica, y algunos creen que con razón, por motivos de seguridad, lo que convertirá el planeta en un lugar pavorosamente vigilado (ya lo es, de hecho). Una hermosa colección de rostros, leídos con algún margen de error, eso sí, por la máquina, engordará en alguna parte, sin que los poseedores de los caretos lleguen a saber muy bien dónde acabarán finalmente. Siempre se nos dijo que en este mundo había que dar la cara, pero nunca pensamos que sería literalmente. Ahí llega ya un futuro de ciudadanos escrutados por su cara bonita.