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Entre resilientes y beligerantes

La ciudad perfecta no existe. La santa y sana convivencia sería deseable, pero no siempre es alcanzable. Los tiempos cambian. La gente muda. Las costumbres se pierden. El ocio se transforma. La cultura llega por nuevos cauces. Así es la vida, el correr del tiempo, de los años y de los hábitos, queramos o no queramos. 

Basta pasearse por una de nuestras emblemáticas calles: la “Rúa do Vilar”, la de los ‘villanus’, gente que no pertenecía a la nobleza; es decir, simplificando: no eran ‘nobles’ pero tenían ciertos privilegios, estando lejos de ser pérfidos, depravados o infames. Sobre su toponimia escribía en este diario Javier Rosende Novo, fotógrafo, historiador y amante del arte: “el nombre de esta calle tiene un origen ambiguo, ya que hay diferentes opiniones. Para unos procede de ‘Vallis Milvorum’, o Valle de los Gavilanes, pero la explicación más plausible es que procede del término Vilar, pequeño núcleo de población de la Época Medieval”. Fue un nombre que no sufrió mudanza, como si lo hicieron la calle de ‘Ferreiros”, reconvertida en ‘Huérfanas’, o la de ‘Zapateiros’, bautizada como ‘Cardenal Payá’, como narra Ramón Villares al trazar la decimonónica trama urbana.

No hay por qué remontarse al medievo para ver cómo ha mutado y, muchos diríamos, que ha caído en picado. Comercios cerrados, casas abandonadas a su suerte, un panorama bastante deprimente. 

Recordaba una amiga que no hace mucho había varias joyerías de las de antes que vendían pendientes, colgantes y camafeos y mostraban el arte de hacerlos. Nada de perlas a casi cero euros, ni materiales reciclados ni otros nuevos emergentes. Por fortuna, vemos todavía ahora plata y azabache, que es lo que más perdura y nos acerca a lo de antaño. 

Recordaba otro compañero -no ronda los cincuenta- cómo en los setenta encontraba libros escolares, universitarios y raros en míticas librerías que llegaron hasta fechas recientes (‘Encontros’, ‘Galí’, ‘González’). Otra colega lamentaba cómo no hace nada ahí estaba la mejor tarta de Santiago, en la pastelería ‘Mora’, cuyo local en el número 50 hubiese cumplido un siglo ahora. 

¿Qué decir de los locales recreativos y culturales? ¿Qué añadir de las charangas y otras formaciones musicales que ofrecían tan bellas serenatas? Iniciado este siglo Xosé Carlos Seráns, anterior director de la Banda Municipal de Santiago, no sin razón alardeaba de las concurridas veladas que ahí escuchábamos, en los meses de verano, jueves y domingos por la tarde o a media mañana. 

No es bueno quejarse. Algo queda. Menos es nada. Ustedes mismos pueden verlo y saborearlo en sus paseos, bajo algunos soportales que aún permanecen. Convivencia entre visitantes y residentes, entre tradición y modernidad, entre todo tipo de empresarios y negociantes. Seamos respetuosos con el pasado, responsables en este presente. No vaya ser que nos tilden de haber pertenecido al grupo de los resilientes. 

Con conocimiento de causa Milagros Otero Parga señala: “aunque según el Derecho Internacional sólo existen dos formas originarias de tener una nacionalidad que son el ‘ius sanguinis’ o derecho de sangre, y el ‘ius solii’, o derecho suelo; yo creo que podríamos incluir una tercera, que sería el ‘ius cordi’ o derecho de corazón”. ¿Resultado?: una nacionalidad “inclusiva y no excluyente; compartida y no única, amable y no beligerante”.