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Correos y correcaminos

CARTEARSE para comunicarse con los más cercanos o los de más allá del charco, ha sido siempre costumbre que a todos nos ha salvado de perder el contacto con lo más querido, incluso sagrado. Recibir y mandar por correo postal recibos y papeles fue actividad cotidiana hasta no hace tanto. ¿Qué ha pasado? Ha irrumpido el ‘mail’ en nuestro hacer diario.

Nació el correo electrónico con fines académicos, tras largo proceso llevado a cabo en Norteamérica, en la década de los sesenta. En 1971, gracias a la intervención de Ray Tomlinson, irrumpió lo que hoy conocemos de sobrado: la elección de un ‘usuario’, una ‘@’ y un servidor. O sea, lo que configura el sistema desde entonces inventado.

Corrían los últimos años de los ’80 cuando comenzamos a reunirnos en Madrid un grupo de colegas para coordinar nuestras investigaciones. Uno de ellos, muy puesto en lo que ocurría fuera de aquí en el mundo tecnológico, nos habló ya entonces de la que sería una de las más grandes revoluciones. No dábamos crédito a que fuese tan fácil relacionarse desde diversas ciudades de España con solo enviar un ‘mensaje’ a través de simples ordenadores. Los receptores -todos los presentes- lo recibiríamos y podríamos responder al instante. Se acabarían así reuniones y viajes innecesarios, aunque también -tristemente- tan apetecibles excursiones.

Correos y correcaminos

'Mujer leyendo una carta' (en neerlandés, Brieflezende vrouw in het blauw), obra del pintor holandés Johannes Vermeer / Pilar Alén

Fue el inicio. Ahora, cuando rellenamos un impreso o un certificado, en cualquier parte, es casi preceptivo indicar un ‘mail’ junto al nombre y apellido. Hay quien lo tiene por duplicado o triplicado: el profesional y otro/s personalizado. El problema suelen ser las caprichosas contraseñas, especialmente las que requieren de todo, es decir, un sinfín de caracteres de lo más variado. Memorizarlas y usarlas sin confundirlas ni olvidarlas es toda una destreza que nos trae de cabeza.

Surgida una solución para una buena comunicación, apareció la trampa para contestar con un incomprensible silencio. No se trata solo del que llamamos ‘administrativo’, pasados los tres meses del acuse de recibo. Es el que nos propinan quienes a nivel particular no quieren -o no tienen a bien- dar señales de vida por muchos que le hayamos mandado después de haberlos tejido.

Dice un entendido: “Es la epidemia que hoy tenemos; la que nos asola calladamente y sin distinción a todo tipo de gente”. No sé si exagera un tanto, pero la realidad es que no está lejos de expresar una gran verdad: otros modos de comunicarse nos han invadido para bien o para mal. Que se lo digan a un Rubiales, un Rato o a cualquiera que, en buena parte por ellos, tienen un pie en la cárcel.

Hoy más que ayer, entre la rapidez e inmediatez de los wasaps y el leer los correos electrónicos, se opta mayoritariamente por lo primero, pese a que ambos siguen teniendo una clara desventaja: el escaso margen para eliminarlos una vez redactados y enviados.

No obstante, hay consuelo, si se quiere ver en todo el lado bueno. Tomen nota: menos dura un eclipse solar en estas tierras, por mucho que lo publiciten en los medios, como un fenómeno que en Finisterre puede verse siempre perfectamente. Eso me ha dicho gente que hasta allí ha corrido, en coche o en autobús, en clase preferente. Ante esa desilusión evidente, ha habido alguno que se ha reído a mandíbula batiente. Ya le vale, mofarse de tal grupillo, mal informado y, cierto es, un poco inocente. Qué poco indulgente, ¿no les parece? …