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Anna canta, pero también ama

Pilar Alén

Pilar Alén

TERMINA UN MES TREPIDANTE. A alguno se le habrá hecho largo. A otros, breve. Y los habrá que ni fu ni fa. Todo cabe. Hubo presentaciones de libros, inauguraciones, conciertos, entregas de premios, reconocimientos, condecoraciones. Un sinfín de actos en situaciones atmosféricas adversas: lluvias, truenos, vientos, escampás, raioliñas, arcos da vella. ¿Extraña que el ánimo ande de sube y baja, descontrolado? Veo y leo en la gente un lavado de imagen. No por corte de pelo, ni por maquillaje, ni por estar más gordo o flaco. Es un cambio más profundo, rotundo, menos amable. Intuyo tristeza y desasosiego en las miradas y pisadas. ¿Ya no cabe el gozo de sentir, amar, amarse, mirar con la cabeza alta?

Un mes de reivindicaciones. Un mes de y para las mujeres, en femenino y feminista. Un mes de y para exigir paridad e igualdad, para luchar por la brecha salarial.

¿Les suena Anna Magdalena Wülcken? Nada ¿Y Anna Magdalena? Algo más. Es la supuesta cándida esposa de Johann Sebastian Bach. El no precisa excesivo espacio. Solo una línea: nació el 31 de marzo en Alemania. No voy a darle pábulo: ya se lo han dado, que no regalado. Es momento de Anna, hija de un trompetista y nieta de un organista. Cuando aún mantenía su soltería cantaba de soprano. Era independiente y codiciada dama.

Bach, cuya primera esposa murió de repente, reclama a Anna para ocupar el lugar de Barbara. La diferencia de 16 años de edad no importaba. Que tuviese más de media docena de hijos no le asustaba. Anna, enamorada, no se amedrenta. Se casa con el viudo apenado.

¿Dejó la música, su brillante carrera ante ese panorama? Sí y no. Ayudó a Bach y compuso algo (no se conserva nada). Hacía veladas siendo ella el alma. Trató a sus hijos adoptivos como madre abnegada sin distinciones con los de su sangre. Bach y ella, 13 hijos tuvieron en 29 de casada. Muere Johann. Se queda en la calle abocada a dejar su morada, buscar otra no lejana, aguantar esos hijos acogidos a edad temprana que nunca vieron bien lo que creían mal gesto de su padre. Pidió limosna sin perder la calma. Con 49 años no retomó la profesión que amaba. ¿Se quejaba? Nada de nada. Mantuvo la esperanza con garra. ¿Pobre Anna? No tanto. No le quedó nada salvo lo importante: el reconocimiento de los que creen en que una vida entregada no es cosa esclava. ¿No tocamos con agrado lo que los Notenbüchlein für Anna Magdalena Bach? Aunque solo fuese por eso, junto a Bach es recordada.

¿Qué pensarán Irene y Belarra? Quizás: ¡Vaya mujer tan maltratada, vaya jugada: un 8M faltaba! ¡Hay que salvarla, rescatarla, que ninguna sea así tiranizada! ¿Qué pensaría Anna? Probablemente ahora no entendería nada y haría balance –tan ufana– de una vida tan fecunda como la bachiana. Porque … ¿Quién gana: la que entrega o la que amarra?