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El ‘Titanic’ siempre vuelve

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

EL TITANIC es un gran trasatlántico hundido en el Atlántico Norte hace ya más de un siglo, pero, desde luego, es mucho más que eso. La historia del buque, casi desde el mismo momento del accidente, se ha ido revistiendo de capas de leyenda y mito, del mismo modo que los propios restos del pecio, que son hogar para colonias de peces y otros organismos marinos, se muestran envueltos en varias capas de silencio, como un gigante dormido para toda la eternidad sobre el lecho marino. Esos restos misteriosos y verdescentes, iluminados como con aire teatral por focos que apartan las telas oscuras de los abismos oceánicos, siguen ejerciendo en nosotros una atracción que, como sucede con los viejos mitos, puede ser fatal. Un Titanic de formas corroídas, que fueron bellas, mostrando las graves heridas del tiempo, pero también aquellas que hicieron que se fuera a pique tras el roce sonoro con el iceberg de manera súbita y veloz, en la noche gélida y extraña.

¿Qué nos impulsa a bajar al Titanic en ruinas? ¿Qué nos lleva a filmar su esqueleto en sombras, ya sin la gloria de antaño? ¿Qué nos hace traerlo una y otra vez a películas y documentales? Hay algo de mitología de la caída, de la naturaleza ingobernable, y mucho de la fascinación por ese poder que tiene el océano para construir historias formidables. Como en la Grecia clásica.

Volvemos al Titanic entre las telas del submundo, para recrear también el orgullo industrial de aquellos días de principios del siglo XX, la construcción laboriosa en los celebrados astilleros Harland and Wolff de Belfast, y, cómo no, para rescatar con aire de tragedia el glamur de personas adineradas que llevaban enseres únicos a bordo, como quien no puede desprenderse de espejos y joyas para mantenerse a flote. Ah, y quizás, como nos contó James Cameron (que bajó peligrosamente al pecio decenas de veces, que lo rodeó y abrazó con gran riesgo para lograr esas imágenes seductoras, seductoras, ay, como los cantos de las sirenas…), también están esas historias de amor… Esas historias que se hundieron para siempre con el buque, esas narraciones, cartas, palabras de amor que quizás naden para siempre entre los peces, y que la película más emblemática de este naufragio, vista hasta la extenuación por casi todo el mundo, trata de reconstruir, o imaginar, pues el amor trágico está también en todas las grandes narrativas de nuestros antepasados.

Queremos ver las ruinas sumergidas del Titanic porque, en efecto, hablan de la caída, de la mano oscura del fatum, de la destrucción que también acecha al orgullo y a la gloria de los hombres, jugando a ser dioses como diría Mary Shelley, y porque, en el fondo, esas ruinas aún están envueltas por una vieja belleza. Los grandes avances científicos sucedieron a menudo porque hubo quien se arriesgó en empresas al filo de lo imposible, pero quizás no haya hoy ninguna necesidad de bajar al Titanic, más allá de la curiosidad. Hemos visto ese esqueleto con gran nitidez, pero comprendo que alguien quiera sentirlo a su lado. Escribo cuando, en teoría, el oxígeno del Titán, el sumergible perdido con cinco personas en su vientre en este viaje hacia los restos del buque hundido, se ha podido agotar. Ojalá quede un lugar para la esperanza.

La historia es poderosa una vez más por su componente trágico. Como lo es la propia historia del Titanic. También hay viajeros que vuelan hacia el cielo lejano. El turismo espacial es lo más parecido a lo que estamos viendo con Titán. Bezos, Richard Branson, y los otros. Apenas unos minutos de vértigo hacia una gloria millonaria. Tocar el cielo que muchos no podrán tocar. O tocar el fondo del océano. Ver el cuerpo corroído del Titanic, extrañamente bello aún. En los titulares estas historias se cruzan con otras tragedias marinas donde no brilla precisamente la sofisticación tecnológica, historias a las que quizás ya nos hemos acostumbrado demasiado. También narran la lucha por llegar a un lugar casi inalcanzable. Por ejemplo, Europa. De ellas sabemos poco o nada, privadas como están de una narrativa romántica.