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Quién soy yo

Marcelino Agís Villaverde

Marcelino Agís Villaverde

HAY QUIEN OPINA que en la magistral frase de Descartes “Yo pienso, luego yo existo”, quedó establecido con firmeza que el pensamiento, o, si lo prefieren, la conciencia, determina la existencia, pero no la identidad del yo pensante, ¿Quién es ese yo? ¿Cuál es su morada? John Locke, uno de los más influyentes filósofos del empirismo inglés, afirmó que la identidad no puede residir en la corporalidad. Parece lógico que no sea el cuerpo quien determine la identidad pues podemos, por ejemplo, perder un dedo y seguiríamos siendo nosotros mismos.

Otros defienden que la memoria es la morada de nuestra identidad. De manera que, si perdemos la memoria, perdemos la identidad de nuestro yo. Si algo nos ha enseñado la enfermedad de Alzheimer, caracterizada por la pérdida de la memoria y el deterioro cognitivo severo en sus fases agudas, es que el sujeto puede llegar a perder su identidad, pero, en ningún caso, las personas que acompañan al paciente, y que sufren a su lado las terribles consecuencias de este mal, olvidan quien es.

E incluso hay quienes afirman que la morada de la identidad es el cerebro, cosa que también dudo. Los científicos han descubierto que comer chocolate produce cambios cerebrales; y yo, que como todo el chocolate que puedo, no he notado cambios en mi identidad.

A mí me pasa algo parecido a lo que dijo el filósofo chino Lao-Tse: todos están seguros de quienes son, menos yo. Chuang Tzu, otro filósofo chino del siglo IV a. C., nos invitó a reflexionar sobre la parábola de un hombre que soñó que era una mariposa que volaba libre y feliz cerca del cielo y, cuando despertó, ya no sabía si era un ser humano que había soñado ser una mariposa o una mariposa que estaba soñando que era un ser humano.

Dirán ustedes que no hace falta ir tan lejos pues Calderón de la Barca sentenció en La vida es sueño que “todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”. Me valen ambas versiones, aunque sigo como estaba.