POLÍTICAS DE BABEL

Canarias, Sanxenxo e inmigración

José Manuel Estévez-Saá

José Manuel Estévez-Saá

LLEGARON A CANARIAS exhaustos y en condiciones infrahumanas. Y, desde aquí, muchos fueron derivados a la Península. Algunos a Sanxenxo. Una verdadera tragedia; de la que puedo dar fe en ambos contextos. Lo peor, el sufrimiento de estas víctimas del sistema global. Lo mejor, la solidaridad y la empatía que me transmiten allegados y colegas de los dos enclaves atlánticos. Y es que, si hace una semana me sorprendían los lugareños de las Rías Baixas con su compromiso a la hora de volcarse con los migrantes desplazados, hasta hacerlos sentir partícipes de una comunidad que a nadie rechaza y a todos acepta, igual de admirable me resulta la consideración con la que nuestros hermanos canarios asumen la llegada masiva de inmigrantes (hay meses con más 150 al día), a los que lamentan no poder atender debidamente a nivel social y económico (ya son unos 33.000 los acogidos en lo que va de año).

En el mar no hay recursos suficientes, pues sólo operan seis de las diez lanchas de Salvamar que hay en las Islas, junto a tres de las cuatro embarcaciones de Guardamar. Esto en octubre se tradujo en una media de un tripulante de rescate por cada 325 inmigrantes. También se necesita aumentar el personal sanitario, porque apenas se logra contratar a médicos de atención primaria y enfermeros para atender a esa mayoría de niños, jóvenes y adultos que llegan con úlceras, heridas y enfermedades varias, y necesitan recibir el catálogo vacunal completo y ser evaluados psicológicamente. Además, el protocolo de identificación es deficiente, pues sólo se registra su nombre, nacionalidad, edad y posibles familiares en Europa, pero no se toman datos de estudios, capacidad laboral, etnia o religión; y así es más difícil integrarlos después.

Comprobar cómo un conocido exentrenador del Club Xuventude Sanxenxo dedica su tiempo de asueto a entretenerlos con el fútbol y adiestrarlos en el arte del balompié para que olviden el drama de su periplo migratorio, me parece tan encomiable como esos sanitarios incluso gallegos que en Gran Canaria y otras islas redoblan sus esfuerzos para curar y mitigar las dolencias con las que los inmigrantes subsaharianos desembarcan. Da igual que sea en el Archipiélago Canario o en las Rías Baixas. Ellos son quienes nos enorgullecen. Mucho más que esos altos cargos políticos que, desde sus cómodos sillones de Madrid o Bruselas, no son capaces de gestionar ni en origen ni en destino un drama que no ha hecho más que empezar. No son las palabras ni las ideas, sino las acciones y los hechos lo que nos define como personas. Por eso, tal día como hoy, en plena celebración del 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, conviene analizar cuánto hemos hecho, y cuánto le hemos exigido a quienes nos representan, para lograr ese mundo justo y solidario con el que todos soñamos.