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Melo-Passion

En plena Semana Santa. Para unos comienza ahora, para los más, se inició el domingo de Ramos. Un ciclo de órgano nos deleita desde entonces: “De lugares e órganos” (Santiago, 24-31 marzo). Y ese mismo día, pudimos escuchar otro concierto inusual en la catedral: un gran coro venezolano. Dicen algunos, y verdad no les falta, que tiendo a irme, no por las ramas, sino por lo musical. Algo me tira, no les engaño. Por eso, ahora, en la proximidad del Triduo Sacro, saco a relucir otro hecho de nuestro armónico y melódico pasado: el trescientos aniversario de la Johannes-Passion, BWV 245, gran cuadro “bachiano”.

J. S. Bach no está de moda. En Santiago ya casi apenas podemos admirar su obra. De cuando en cuando, alguna pieza al teclado y ahí se acaba. No es de extrañar que a los jóvenes su nombre les pase desapercibido y no digamos, sus pasiones. Dos son espectaculares, aunque cada una tiene sus singularidades, amén de estar unidas por haberse salvado del extravío y el olvido gracias al celo de su hijo Carl Philipp Emanuel. La de S. Mateo es la más conocida y aplaudida. Monumental, es la palabra que la define: dos coros, dos orquestas, dos órganos. Hay dolor y poco consuelo. Todo parece estar en permanente duelo. En la de S. Juan, su hermana pequeña pese a haber sido compuesta cinco años antes, todo es más apacible y, sin ser tan grandilocuente, es agradable. Contemplativa puede ser el calificativo que quizás conviene darle. 

Cuento algo que no es un sueño, sino una realidad palpable. Pregunté en una ocasión a estudiantes universitarios cuáles eran los protagonistas de una “Pasión”, fuese o no la de S. Juan o la de S. Mateo. Responde uno: ‘Judas’ -bien está pues es el personaje traicionero-, ‘Pedro’ traicionero-, ‘Pedro’ -también es certero-, ‘Barrabás’ … De acuerdo. Mas insisto: ‘Pero … ¿el principal, para centrarnos de verdad en ello?’ Piensa un poco y suelta sin complejo: ‘De más, no me acuerdo’. Fue una respuesta que me causó desconcierto. Intervino un tercero: ‘Puede que sea Cristo, si mal no recuerdo’. ¿No es como para tirarse de los pelos o llevarse la mano al cuello para un degüello?

Diremos algo sobre esta obra estrenada el Viernes Santo de 1724, de la mano del musicólogo A. Basso: “[…] a Bach no parecen interesarle los preámbulos y los hechos secundarios, sino los puntos esenciales y relevantes, sobre los cuales el compositor insiste, no limitándose a ofrecer una imagen patética del texto, sino subrayando el estado de la meditación, de la penetración teológica, por llamarla de alguna manera, del proceso dramático”. Patética, meditabunda, profunda. ¿Se animan a escucharla? En tanto algunos lo ponderan, unas reflexiones, no a la altura de lo que nos pueda sugerir la “Passion” bachiana –pues tiene su hondura– pero sí preguntas de caladura. 

¿Qué se puede esperar de una sociedad que así pierde lo poco que queda de una cultura que es parte importante, pilar incluso, de su cuna? Creencias o descreencias al margen de lo que cada cual quiera poner en práctica, ¿piensan que es de recibo encontrarse con tan árido panorama entre personas que presumen de haber llegado a la luna? ¿Nos beneficia o ayuda en algo?

Termino por derribo. Que las centenarias “pasiones” sigan sumando adeptos y a Bach, que nos dio tanto arte a cambio de nada, entre otras cosas, sigámosle celebrando también su cumpleaños cada 31 de marzo.