Opinión | ON-OFF

El sexto presidente

GALICIA TUVO SEIS PRESIDENTES EN ONCE LEGISLATURAS. El sexto, Rueda, también lo será en esta XII legislatura que comenzó a rodar hace menos de un mes con la constitución del Parlamento tras las elecciones del 18-F. Tomará posesión el próximo 13 tras la sesión plenaria de investidura de los días 9 y 11. Probablemente el lunes, 15, tendremos nueva Xunta. Lo más destacado de todo este proceso transitorio, si lo comparamos con otros territorios o, sobre todo, con el Gobierno de la nación, es la normalidad con que se desarrolla.

Siendo absolutamente legítima –conforme a la ley- la presidencia de Rueda durante los dos últimos años, porque en Galicia es formalmente el Parlamento quien lo nombra, como Laxe en 1987 o en el ámbito español la de Sánchez en 2018, no cabe duda de que con urnas por medio la autoridad del elegido sale notablemente reforzada. Es la situación actual de Rueda. No es interino ni cargo heredado. Fue ganado a pulso y con solvencia, lo cual le otorga, eso, autoridad -y potestas-, pero también mayor responsabilidad. Es de suponer que haya tenido una Semana Santa de reflexión para decidir el cómo y con quién abordar esta nueva etapa en la política gallega.

Los mandatos de los gobiernos en Galicia respaldados por mayorías absolutas, al contrario que los coaligados, se prolongaron durante varias legislaturas. Fraga presidió la Xunta durante casi 15 años (1990-2005) y Feijóo (2009-2022) hubiese superado la marca de no haber sido requerido para otra misión bastante más compleja. El mandato de Rueda es por cuatro años pero, en conformidad histórica, su propósito seguramente va más allá. No deja de ser el inicio de una nueva etapa, con objetivos que superan el corto plazo. Lo que se denomina política de país. El amplio apoyo parlamentario, con un partido fuerte y unido detrás, le permiten centrar sus esfuerzos y conocimientos en gobernar.

Haga por lo tanto muchos o pocos cambios estructurales, sigan o se renueven los miembros actuales de las consellerías, la planificación del futuro debe hacerse con luces largas. Son muchos los desafíos por delante en este mundo acelerado que nos toca vivir. Galicia dispone de grandes recursos naturales y materia gris abundante para afrontarlos. Y también de un activo eficaz para implementarlos: la estabilidad política. En la tarea debieran participar todas las instituciones, en especial por sus dimensiones la Administración central, pero sabemos que no será fácil a tenor de su habitual comportamiento hacia Galicia, agravado en los últimos tiempos. No es preciso poner ejemplos. No hay más que fijarse en el castigo del electorado a los socialistas gallegos en las últimas convocatorias.

Más difícil todavía será alcanzar acuerdos de país con la oposición, reducida prácticamente al BNG. La polarización en la que se mueve la política de nuestro entorno, con especial incidencia el estatal, contamina a todos. También al nacionalismo gallego, alineado con Sánchez por interés mutuo y con el soberanismo vasco y catalán por ideología. Una estrategia que le rentó unos relativamente buenos resultados electorales, aunque lejos del objetivo final. Es previsible que no varíe, pues, de itinerario.

Tanto a Fraga como a Feijóo les favoreció distanciarse del ruido generado en la política nacional. Las amplias mayorías que atesoraron no sólo alejaron a los extremismos sino que evitaron su implantación en Galicia. Pero sobre todo les permitió actuar con libertad e independencia, incluso de gobiernos de su propio partido. Es de prever que Rueda mantenga el rumbo en este aspecto. En lo demás, todo puede ser. A día de hoy todo indica que estamos en el comienzo de otra nueva etapa.