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La crueldadde abril

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

ABRIL se abre ante nosotros con la esperanza de las lluvias, pero la tierra se ha inflamado con los primeros incendios, que son una corona mortuoria en la frente del paraíso. La primavera consagrada es hoy un caudal de automóviles, una huida hacia lugares donde el paisaje no sea el cotidiano. Huir en medio del rugiente océano, para volver en breve a la rutina, eso es lo que vemos en los informativos. Hay un desesperado intento por desprendernos de la piel del invierno, una esperanza trufada de melancolías de la infancia de recuperar el agua y el silencio del bosque, de salir del laberinto feroz del hierro y el acero, y de las duras reglas de los trabajos y los días. Abril es cruel desde las raíces, que se remueven en la turba.

Hace unos meses celebramos el centenario de ‘La tierra baldía’ de T. S. Eliot. Poema fundacional de la modernidad, como también dijeron algunos de ‘Hojas de hierba’ de Walt Whitman. Poemas que podemos leer como una interpretación de los días que ahora mismo vivimos. Poemas proféticos, que alcanzan una visión de la naturaleza como símbolo de la esperanza y del deterioro. Mientas se yerguen las nuevas metrópolis sobre la arena, sobrevolando los desiertos, un nuevo impulso por abrazar los árboles y sentir el roce de la hierba nace en el corazón de los supervivientes. La vieja lucha entre la tierra explotada hasta el tuétano y la necesidad de preservar nuestra residencia en el planeta, a la espera de las ciudades rojas de Marte, se mantiene en todo lo alto. Eliot escribía de la desolación de la guerra y de su propia desolación, pero, ¿y nosotros? ¿Escribimos del miedo al futuro?

Llega abril con la promesa de lluvias que sacien la sed inmensa. Queremos que el viento limpie el horizonte de todo el dolor de los últimos años, mientas en suelo europeo se batalla una guerra oscura de otro tiempo. El invierno nos trajo campos nevados muy al norte, bajo los que fluía la sangre de los inocentes. Como en aquellos días de Eliot, el invierno nos calma con un silencio extraño, con un adormecimiento o una parálisis. El magma furioso que se mueve bajo las placas de la geopolítica se mantiene a duras penas contenido. La gran crueldad de abril consistirá de nuevo en hacer brotar las lilas en la tierra muerta, hacer que nazca la esperanza de los escombros y de los tanques reventados. Renacer con la primavera será una ardua tarea para un sociedad herida y temerosa. Nuestras raíces no encuentran sustento en este páramo, en el nuevo yermo de la simpleza y el maniqueísmo.

Como Tiresias, que fue ciego, y hombre y mujer al tiempo, quizás sólo desde la ceguera podamos adivinar el futuro y leer el significado del vuelo de los pájaros. El exceso de claridad deslumbra más que la luz débil del candil de Diógenes de Sinope. El exceso de verdad, de verdad absoluta, la arrogancia del conocimiento presente, el autoritarismo que abomina del pasado y cree inventar la Historia. Como en Gramsci, lo nuevo no acaba de nacer, y su parto es doloroso y cruel, removiéndose en la tierra dura del invierno.

Tal vez estamos en esa coyuntura, en la que lo nuevo no encuentra tierra suficiente para que broten las lentas raíces que traerán un día las flores de mayo. ¿Cuándo podremos volver a decir que canta la hierba, que finalmente las semillas han germinado en medio de la podredumbre y el tedio, que las muchedumbres dejan de vagar en busca de agua y casa, muriendo por agua en los mares donde yacen ánforas de vino y hermosos bustos de alabastro? ¿Cuánta crueldad habrá de remover la tierra hasta parir el nuevo tiempo, o será apenas una vana promesa, una quimera, la constatación de un fracaso?

Avanzan los tiempos confusos, aunque el sol brille y el viento cálido de la primavera se abra camino. Abril nos duele con su fulgor, los ojos ciegos después de tanta tiniebla. Los mandatarios se cruzan en los salones, las banderas son ahora enormes, excesivas, para envolver quizás el miedo. Hay grandes palabras en los frontispicios de la diplomacia, mientas se mueven las bombas en los silos. En esta hora violeta, nos miramos desconcertados.