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Vamos dados
Viendo como han venido las cosas de un tiempo a esta parte, nadie puede llevarse sorpresa por cómo se vaya a desenvolver la política de aquí en adelante. Voy a decir que llena de gritos, por no utilizar ninguna palabra desagradable y que parezca que también entro yo en la pelea entre botarates: personas de poco juicio.
Si que puede ser verdad, vaya usted a saber, que vivimos un tiempo en el que va tomando cada vez más valor lo emotivo que lo intelectivo. Que nos vamos dejando llevar más por lo que nos calienta la cabeza que por lo que nos refresca las ideas. Como esos aficionados al futbol que un nunca tocan pelota, que nunca bajan a practicar el deporte que dicen admirar, pero que, en la tribuna, sudorosos, metidos en medio de una tropa gritona, pueden lanzar bravuconadas que se oyen más allá de los espacios siderales. En ningún sitio se hace tanto ruido como en un campo de futbol. Y tampoco hay ninguno en el que se haga menos deporte.
Pues la política va por ese camino, el de ser cada vez más futbolera, pero de afición sin ejercicio, pasiva más que activa, básicamente de verborrea, pasando de la grada a la taberna sin solución de continuidad. No importa que equipo se enfrente al nuestro: el de los otros es una banda de cabrones y del arbitro que te voy a decir. Lo propio es glorioso y lo ajeno asqueroso.
Pues en la política se va por ahí. Lo que no sé es hasta donde va a llegar la demagogia si ya se empieza cuestionando la moralidad del adversario, la legitimidad de sus opiniones, la intencionalidad de sus actos. Y oigan, fíjense en que se trata de valores, la moralidad, la legitimidad y la intencionalidad, consustanciales con la condición del biennacido. Cuando se le arrojan a la cara del otro con intención de negatividad, no se están diciendo cosas menores. Por eso digo que, empezando como se empieza, quizá tampoco se pueda acabar bien.
¿Quién será el primero en dar un paso atrás? ¿Quién será el que se deje de palabrotas insultantes para proclamar, oídme, que esto es cosa de todos, hablemos? Quién, Dios mío, ¿quién? Reconozcan conmigo que, habiendo tanto perro suelto, es difícil que se paseen tranquilamente los gatos, si es que aquellos son los malos y estos los buenos, que tampoco es que yo sepa muy bien por qué se llevan tan mal. Como en la política los políticos. Perros y gatos, mordiendo y arañando.
Tampoco sé si la ciudadanía está ayudando a diluir y no a acentuar esta degradación de la política.
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