Opinión

Álvaro de la Vega

Este escultor, nacido en Paradela (Lugo) en 1954, cuenta con una carrera densa y profunda, vivida con pasión e intensidad, procurando arrancar de lo humano lo más profundo de su ser, desde una dicción sumamente expresiva o, si se quiere, de raíz expresionista. 

Ahora presenta tres piezas en el Colegio de Santiago Alfeo, o de Fonseca, de la Universidad de Santiago. Lo hace en un Salón Artesonado en el que prima, en este caso, la oscuridad, tan solo rota al proyectarse una inquietante y medida luz sobre cada uno de los tres conjuntos escultóricos.

La primera obra, de una sola pieza, labrada en madera de plátano, está fechada en el año 2009 y se titula “Mañana (Después de Philipp Otto Runge)”. Así nos da la clave: parte de una pintura del citado artista romántico alemán que responde al título “La Mañana” (1809) y de la que, a modo de cita, se fija de un retazo de la misma, dando Álvaro de la Vega a ese infante acostado, en el que se centra, el sentido de la vida a través de la posibilidad del movimiento; de que sea, como escultura, si se quiere, mecida. Es más, lo plantea como la maqueta de una escultura a realizar, en mayor tamaño y en piedra, buscando, con ella, un paralelismo, y hasta una inspiración, en las “pedras de abalar” de Galicia o las “pedras bulideiras” portuguesas. 

Con “Trece mulleres”, año 2008, nos presenta un conjunto escultórico, realizado en madera de olmo, perteneciente a la serie “Ingrávidos”. En este caso monta el grupo de tal modo de que sus figuras parecen emerger, al tiempo, del suelo en el que se asientan. Resultan inquietantes e invitan al espectador a la búsqueda de puntos de vista diferentes para, de tal modo, pretender ahondar en su misterio.

“Ballet”, obra del año 2023, aporta una muy heterogénea y numerosa agrupación de personajes –son veintiséis–, concebidos en maderas diferentes – eucalipto, castaño, cedro-. Prima la idea del apelotonamiento, de la densidad humana, con una apariencia, si se quiere, ruidosa, que interroga en cierto modo, al espectador.

Porque de eso se trata, de mostrar un mundo propio para que quien lo observe lo haga, a su modo, suyo. Su obra exige miradas atentas, buscadoras de la autenticidad, aproximándonos en un lenguaje que pretende llegar no solo a lo más hondo de las personas sino también de una humanidad tremendamente cambiante, y hasta emergente, ante nosotros. 

Desde la madera, en este caso, compone figuras y las agrupa, con formas que, a veces, parecen somnolientas y otras, gesticulantes. Son acabados crepitantes los suyos. Hay, en su hacer, un constante y consciente “non finito”, muy peculiar en su obra, nacida de un arte balbuceante, absolutamente sincero y directo, sabedor de la ambigüedad y, también, del grado de verdad, e incertidumbre, que puede habitar en lo más íntimo del ser humano.