Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Illa, Cataluña y la palabra ‘bloqueo’

LOS DEBATES de las elecciones catalanas se manejaron con mucha dificultad, o eso me pareció. Tiene que ver con la enormidad de la agenda de campaña, o como se diga. Tiene que ver con la abundancia de candidaturas, llámenlo fragmentación, si quieren, pero en democracia es bueno que haya candidatos, aunque unos te gusten más que otros. Tiene que ver con que hay mucha plancha, mucho tema que tratar y mucho de qué hay de lo mío. Que es lógico. Que todos tenemos una farola que parpadea frente al portal. Que todos queremos un asfaltado de fochancas democráticas. Que todos queremos un milagro que arregle las averías, incluso las del corazón y las del entendimiento, no sólo las de Rodalies.  

Por eso los debates se hacen algo ingobernables, que le pregunten a Ana Pastor, el otro día, y quizás todo sea un trasunto del país, dicho sea sin faltar, incluso del estado, tan instalado en la estética del desacuerdo y en el memorial de agravios, y en el y tú más, Santo Tomás, y en el sujétame el cubata, y en el esto no me lo dices en la calle, y en el piensa el-ladrón-que. 

Todo está muy extremado y la peña candidata viene con su pulcritud de denominación de origen político, dispuesta a que nadie le tosa por muy indepe o antiseparatista que sea, y a mucha honra. Hay una especie de núcleo duro, como se dice ahora de casi todo, que es la parte del espectro (así lo llaman, ¿no?) que cuenta con posibilidades de gobernanza. Independentistas de izquierdas y derechas, muy distintos, pero, intuyen algunos, no por ello refractarios. En general, en cualquier elección, una cosa es lo que se piensa antes de conocer los resultados de las urnas y otra es lo que se piensa después.

Pere Aragonès, por ejemplo, con media sonrisa, sin acritud, viene a decir “aquí hemos estado todo este tiempo”, y se congratula de que Puigdemont llegue, aunque sea a última hora. Habla de Puigdemont, sin embargo, con cierta distancia, y no sólo porque esté en Francia. Aragonès mira a sus competidores en las urnas, que le acusan de mucha parálisis en Cataluña, citando, por ejemplo, los problemas en inversión educativa, o en los transportes, y él contraataca diciendo que sin presupuestos no hay paraíso. 

Pero la negociación de las cuentas catalanas ya es un clásico, un éxito de oldies-goldies, una herramienta total para repartir culpas y mandobles. Illa, que se ha quejado durante meses de la falta de acuerdo en los grandes proyectos de Cataluña, se presenta ahora como el desengrasante perfecto, el tres-en-uno que puede abrir una puerta excesivamente cerrada. Va a ganar, o sea, pero esta vez quiere ganar de verdad y hacer gobierno. Sánchez, que ve una oportunidad en cada dificultad que experimentan los otros, encuentra en Illa la medida perfecta para medirse a sí mismo, en tiempos de cierta tribulación. Aunque, en fin, Cataluña es terreno favorable.

En los debates, donde afloraban mil detalles y algunas obsesiones, unas más creíbles que otras, Illa quiso mantenerse aislado del ruido, aunque necesitará justamente lo contrario. No aislarse. O, mejor: que no lo aíslen. Se diría que nada teme Illa más que a la palabra bloqueo. La utiliza a menudo. Porque se ha presentado como el gran desatascador. Y lo hace con su pose peculiar, gafas de filósofo, una timidez que rompe con algún pellizco dialéctico, un aire monacal que parece más una defensa en medio de los debates feroces. Y más en estos debates catalanes, donde brillan posturas encontradas a cada paso, donde se exigen complejos equilibrios. Al dictado de Sánchez, o al dictado de los independentistas, o de ambos, según la derecha, Illa ha logrado crearse un cierto perfil de outsider, de mediador, de confesor, incluso, que piensa, dice, en escuchar a todos, aunque hablen de forma tan enfrentada. 

Es ese aire de conciliación, o de reconciliación (que otros llamarían encaje de bolillos), lo que puede darle la victoria, es cierto. Presentarse como distinto y necesario: mientras todos están en lo suyo, en las demandas enquistadas, o en la enmienda a la totalidad, o escrutando a Puigdemont.