Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

La tragedia, atracción fatal

LA COMEDIA se ha puesto imposible, con tantas limitaciones derivadas de la corrección política. Se diría que pasárselo bien no está bien visto del todo. ¿Sentimos complejo de culpa? Y ahí vienen los que, antes de desternillarse de risa, o de crear una caricatura, necesitan medir bien todas las consecuencias, la implicación de sus frases, el peso crítico de sus adjetivos, los efectos secundarios: como quien se dedica a la posología del humor.

Comprendo que no es bueno herir a nadie, ni siquiera con las palabras, pero esta nueva pulcritud, que algunos llaman puritanismo básico, ha dejado tocado el humor, aunque sólo sea por pura precaución, por el deseo de no parecer alguien que se salta la contención o, digamos, el respeto, aunque sea en un contexto cómico, aunque sea dejando claro que el humor es humor, como la ficción es ficción.

Pero para la tragedia siempre hay tiempo. No hay barreras en el morbo, o muchas menos que en el humor. Lo que afecta al pensamiento se mide con severidad, la ironía y la retranca son para algunos dañinas (y así se cargan siglos de literatura de golpe), los dobles sentidos propenden al engaño (como si la vida fuera sólo sobre la verdad absoluta), y así se prefiere que se llame siempre al pan, pan, y al vino, vino, algo que se aleja mucho de literatura.

La tragedia tiene algo que la libera del supuesto peligro de las ideas. Lo que más temen los poderosos son las ideas, y la risa, ya decía Umberto Eco, mucho más que la fuerza. Y por eso el pensamiento y el arte son las primeras víctimas de la censura. La violencia física es destructiva, pero inunda con más facilidad y menos riesgos las pantallas. ¿Por qué? ¿Mayor aceptación en una sociedad en la que no han desaparecido las guerras, ni los autoritarismos? Lo primario de la violencia física no sufre tantas críticas en el mundo del arte como los pensamientos considerados políticamente incorrectos: en algunos lugares se vigilan mucho más las palabras que la posesión de armas.

La tragedia guarda el miedo, pero nos parece algo que sucede a los demás. La vemos con distancia, no diré como un espectáculo, pero sí envuelta en la salsa del morbo. Quizás explique el afán por llevar las tragedias al cine. Se dice que la muerte es compañera y alma gemela (lo decía la estupenda Rosa Montero el domingo en ‘El País’, hablando de un viaje en avión a Bilbao, lleno de espantosas turbulencias). Muchos programas de televisión suelen anunciar algún vídeo dramático justo antes de la publicidad. Y no sé yo si harían lo mismo con una humorada. La foto de Kate Middleton, de la que ya hablamos aquí, levantó pasiones no por sí misma, sino por lo que se creía que la princesa trataba de esconder o disimular. Como si allí se destilase el turbio licor de aquella frase inolvidable: los ricos también lloran.

Probablemente Shakespeare nos daría la razón. Aunque él, como tantos clásicos, se especializó en ambas cosas: comedia y tragedia, quizás las dos caras (como las máscaras del teatro) que puede ofrecer el ser humano. ¿Vivimos tiempos más proclives a la cara amarga, al llanto y al drama? ¿Nos crea menos conflictos y menos sentimiento de culpa que el peligroso humor?

Es un enigma para mí. Este gusto por la tragedia y el suspense de miles de vídeos, por el que tantos sienten una atracción fatal. Es cierto, como dice Rosa, que las tragedias nos impactan. Pero, a pesar de eso, sorprende el afán por consumirlas, sorprende con qué facilidad se encaraman a lo más alto de los índices de audiencia. Y creo que tiene que ver con esa serenidad de los funerales, en los que todo el mundo sabe que no es el muerto, aunque podría.

Vemos con afán, y sí, con morbo, todas esas tragedias que no nos han pasado. Por eso Bayona, tal vez, las filma con éxito: aunque alguien dijo que del famoso accidente de Los Andes ya lo sabíamos casi todo hace muchos años. La tragedia siempre se deja revisitar, y allá vamos, conscientes de que hemos vivido para contarla, o para escucharla, o para verla en la pantalla, pero sin poder olvidar que la vida es una gran historia que siempre termina mal.