Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Viacrucis muy personales

MUCHAS PERSONAS tienen grandes dificultades económicas en los tiempos que corren. Hablo, por supuesto, del primer mundo. La vida se ha encarecido, se está encareciendo, peligrosamente, por decirlo de modo sencillo, y eso hace que una parte de la población (muchos jóvenes, por ejemplo) se vaya quedando fuera de una economía digna, la que se le supone a alguien que vive y trabaja en la Unión Europea. Esta alteración afecta enormemente a la vida cotidiana, porque es, en gran medida, una alteración que supone un alza de los precios que no parece detenerse, sino que de vez en cuando toma más impulso. Por no hablar del problema mayor, que empequeñece a todos los demás, que determina el curso de muchas vidas: la vivienda. O mejor, la ausencia de ella. O el alza castradora de los alquileres.  

En fin, no quiero hacer una columna económica, pero, ya que estamos en Semana Santa, tan arraigada en algunos lugares (para sorpresa de no pocos visitantes extranjeros, al menos desde el punto de vista estético), conviene señalar que los viacrucis y los calvarios de los ciudadanos son múltiples, y no dejan de multiplicarse, sin que, al parecer, lleguen alivios suficientes. 

No extraña que casi no se les preste atención a todos esos avisos que, cada día con más fuerza, llegan a nuestros titulares de prensa. Avisos sobre una posible gran conflagración mundial, incluso una guerra nuclear, ahora que, al desaparecer las personas que lo vivieron en primera persona, dicen que se difumina peligrosamente la memoria de los fascismos pasados (aunque vuelven otros, con gran prisa). No faltan los que advierten de lo que supone jugar con fuego casi a diario, de la crisis de las democracias, asediadas por nuevas ideas autoritarias y por el crecimiento de las autarquías o, directamente, de las dictaduras, más o menos obvias (que empiezan a superar en número a las democracias, si es que no lo han hecho ya). Hay muchos motivos para la preocupación. En este tiempo de grandes cambios, está ocurriendo lo que más nos puede dañar: que aflore la peor cara del ser humano, aprovechando la incertidumbre y la siembra del miedo, la herramienta de control más poderosa que existe.

Se diría que no hay tiempo para pararse en esas cosas, porque comer es lo primero, ‘primum vivere’, y la gente apenas atiende a las grandes amenazas en marcha, aunque las conoce, claro, sabe muy bien que están ahí, agazapadas, o incluso a plena luz del día. Pero antes, ya digo, está ese otro miedo mucho más inmediato, el miedo que produce el precio del aceite. 

Los grandes problemas del planeta han pasado, incluso, a un segundo plano. Las guerras en marcha hacen que los asuntos del medio ambiente queden relegados, y también todos estos viacrucis personales de los ciudadanos. La falta de vivienda, los salarios muy escasos (aunque también los hay sobredimensionados, porque la desigualdad nunca descansa) y, en general, la fragilidad de la vida de la gente, consiguen que el peligro constante que acecha a la libertad y a la democracia quede casi olvidado, porque, ya digo, lo doméstico y lo inmediato nos ocupa mucho más. Es comprensible. Pero parece un terreno abonado para los que pretenden acabar con el mundo conseguido con un enorme esfuerzo, y más en Europa, quizás el último reducto de la visión moderna y abierta de la vida.  

Hubo cierta mofa cuando Yolanda Díaz habló, no sé si se acuerdan, del plan que tendrían las élites tecnológicas para escapar de un planeta en llamas. No sé hasta que punto hay cohetes preparados para huir y fundar otra civilización (la literatura tiende a cumplirse), que le pregunten quizás a Elon Musk, pero no duden de que la desigualdad también hará que los pobres sean los que pierdan esa carrera. ¿Cómo preocuparse de salvar al mundo si no puedes ni salvar tu ensalada? ¿Cómo pensar en un cohete si no llegas a una buhardilla? Hay gente acumulando comida para años (¿bunkers?), como cuando se guardaba aceite (y de todo) en tiempos de guerra. Sería triste que la utopía final fuera un bunker enterrado, con miles de películas y conservas en lata.