Opinión | { POSDATA }

Esto no amaina

SUPONGO que se habrán dado cuenta de que ya va con tiempo que, cada semana, me quejo de la mala calidad de la vida política española. Hay otros muchos lugares en el mundo en los que tampoco se desenvuelve ya no digo que con gusto sino sólo con sosiego, pero las penas ajenas no son ni deben ser consuelo de las propias.

Aquí, de puertas para adentro, es cada vez más agobiante la radicalidad y el irrespeto con que se dirimen las diferencias, y no las de opinión, que hasta sería conveniente que lo fuesen, no, no digo esas sino las del mero rechazo recíproco. El lenguaje político español ya solo contiene adjetivos en modo de señalamientos descalificadores. Y de un tono tan elevado, de un acento tan radical, que ya son más propiamente insultos.

Incluso los que llegaron al ruedo con la fama de ser moderados tanto en el verbo como en las intenciones, se desmelenan con las voces erguidas, señalando al adversario la indignidad de su sola presencia. La negación de la legitimidad del otro, es la más extremada que conozco de la propia democracia que, al fin y al cabo, no es más que el juego del pluralismo con respeto mutuo. Lo demás son trampas populistas.

Por asumir ese razonamiento es por lo que digo que la vida política española de estos tiempos es fea, desazonadora, incluso sucia, si me perdonan que diga tanto. Porque no es limpio que se sostenga nada más que en el arrojamiento de insultos. Si ustedes siguen los debates parlamentarios, tienen que estar de acuerdo conmigo. Y si leen varios periódicos y escuchan varias tertulias, también.

Y si la voz se alzase buscando razones, aún bueno, pero no, se eleva, crispada incluso, para seguir el guion preconcebido de la agitación: armar follón, desestabilizar la convivencia, sin que las razones importen. Solo interesan las intenciones. Y diciendo que son sagradas las propias, también se dice que son pecaminosas las ajenas.

A mí, que ya saben que no puedo decir, así como así, que me sienta ajeno a la política, algunos días me resulta difícil soportar sus formas de trifulca. Y ojo, eh, que no quiero disculpar a nadie: no son sólo los políticos, así, en general, los que la arman; en la representación de este drama también hay otros protagonistas. Antes solo se hablaba del ruido de sables; ahora también se puede hablar del de togas y hasta del de bolígrafos, si los periodistas siguiesen escribiendo a mano. Hoy todos están sobre el escenario de la política, ya sea de cara o disimulando.