Opinión | Políticas de Babel

Rusia avanza imparable

EL PRESIDENTE RUSO no contaba con un cruel y fatídico atentado terrorista. Por eso estos días pasados supo aprovechar el éxito de los comicios presidenciales para dirigirse a una Federación expectante ante los desafíos que el Kremlin tiene por delante. Lo que el mandatario dice, si resulta estimulante, siempre se termina filtrando a la sociedad. En esta ocasión, y ante sus colaboradores más cercanos, Putin habló de la necesidad de construir una Rusia “más fuerte, más atractiva, y más eficaz”. De hecho, considera su aplastante victoria electoral como “el prólogo de las victorias que tanto necesita Rusia y que sin falta llegarán”.

Así es como Putin se gana la confianza de los ciudadanos. Pero esto no es óbice para pensar que ese éxito del 87,28% en las urnas que la Comisión Electoral Central describe como “absolutamente limpio”, no esté exento de las más fundamentadas suspicacias. Pero ahí sigue, reforzando ahora ya incluso la unión entre Rusia y los territorios ocupados de Ucrania (Crimea, Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk), que el regidor ya considera parte de su Federación. Quizá por ello el jefe del Pentágono señalaba este martes pasado que “la supervivencia de Ucrania está en peligro”, y que “Putin no se detendrá si consigue su deseado objetivo”. Ya había advertido el propio Lloyd Austin que “si Rusia vence a Ucrania, la OTAN entrará en guerra”. Por eso el secretario de Defensa de EE.UU. insiste en la necesidad de aunar esfuerzos económicos y militares en favor de Kiev.

Pese a la profunda herida que siempre provoca un atentado en un territorio tan controlado y monitorizado como Rusia, Putin se siente más fuerte y seguro que nunca. Ahora cuenta con el supuesto apoyo democrático e incondicional de su pueblo; y esto es algo que lo legitima y lo hace más peligroso si cabe. Incluso el lunes, dirigiéndose a toda la Federación de Rusia desde la Plaza Roja de Moscú, habló de extender el ferrocarril hasta unir la amplia zona ocupada al este y el sur de Ucrania. Estas palabras son relevantes, pues proyectan dos mensajes claros. El primero, que no está dispuesto a renunciar a un territorio ucraniano que ya siente como suyo. El segundo, que el país está en condiciones de acometer acciones, incluso en infraestructuras, propias de un territorio boyante en el terreno económico.

El líder ruso ha sabido reconducir los avatares financieros generados por la guerra. Ha readaptado su industria, aumentando la fabricación de armas y munición, e incluso reorientando sus fábricas a la reparación de su maquinaria bélica. Esta militarización de la economía resulta fundamental, así como la prohibición de sacar divisas del país, lo cual ha mantenido el valor del rublo. También ha subsidiado elementos de consumo, y hasta el sector de la vivienda, para evitar el impacto de las sanciones en la sociedad. Ha logrado recuperar el PIB anterior a la invasión de Ucrania, el FMI prevé que su economía crezca cerca del 3% este año, y el déficit es casi nulo, apenas del 1% del PIB. Crece, por tanto, más que los países del G7.

Además, exporta sus productos a través de terceros países caucásicos y centroasiáticos, y hasta cuenta con la colaboración de armadores del sudeste europeo. China ha compensado el comercio que Rusia ha perdido con toda la UE, y ya le compra la mitad de todo el petróleo que exporta Moscú (de ahí las ofensivas ucranianas contra infraestructuras petroleras rusas), además de carbón, cobre o níquel. También India ha pasado a ser un importador de crudo ruso. E Irán hace negocios comerciales e industriales al tiempo que le cede sus drones y misiles; algo semejante a Corea del Norte, tan necesitada de los alimentos rusos a cambio de artillería y sobre todo munición. Por eso Rusia avanza imparable, de momento.