Rederas: las mujeres sin las que los barcos no conocerían el mar

Galicia aglutina casi un 80% del sector. Quizás sean cifras como esta las que expliquen el por qué las gallegas llevan “la voz cantante” ante el avance de derechos del gremio.

Rederas: las mujeres sin las que los barcos no conocerían el mar

Rederas: las mujeres sin las que los barcos no conocerían el mar / EFE

Raquel Fernández / EFE

Las rederas ejercen uno de esos oficios ancestrales que evocan el olor a salitre y la transmisión de conocimientos entre generaciones como se hacía antaño. El gremio, integrado en su mayoría por mujeres, carece del reconocimiento social e institucional necesarios para fomentar condiciones de trabajo dignas y la supervivencia de las que son el primer eslabón del sector pesquero. Para Ana Belén Regía, el oficio de redera al que lleva consagrada desde los 15 años, cuenta a EFE, es “duro, sobre todo de invierno” en jornadas como las de estos días en las que siente el frío comenzando a apoderarse de los movimientos de sus manos. Eso, en cambio, no le resulta un atenuante a la hora de describir este trabajo, que eligió en busca de esa libertad que no le aportaba ningún otro, como “satisfactorio”. Aunque admite también que las condiciones laborales han ido “mejorando” a lo largo de las últimas décadas.

Lejos de sentir que tales condiciones sean dignas ante las trabas institucionales y la falta de infraestructura básica como espacios para cambiarse de ropa o baños en los puertos, la presidenta de la Asociación de Redeiras O Fieital de Malpica, Ángeles Mille, expresa con orgullo que las mujeres del mar son “fuertes, de tirar para adelante”. Por ello, van “donde llaman los barcos”, detalla Regía enumerando los puertos del Cantábrico que pueden llegar a visitar en una semana, ya que como ella misma recuerda “para que un barco pueda pescar, tenemos que estar nosotras para atarle las redes”.

Otra de sus compañeras, Rosario Blanco, de 60 años lleva siendo redera desde que le enseñó a serlo, primero, su abuelo cuando ella tenía tan solo 14 años y, más tarde, personas jubiladas que se manejaban en las artes menores. Como las de ellas, según la última memoria anual de la Red Española de Mujeres en el Sector Pesquero, hay al menos 575 personas con historias similares, de las cuales 485 pertenecen a mujeres que se dedican a la reparación, mantenimiento y construcción de redes como son la de cerco – la más conocida –, arrastre o palangre, entre otras. Y, aún así, “la mayoría de la gente ni siquiera se plantea que existe esta profesión” admite la presidenta de la Federación Galega de Redeiras Artesás O Peirao, Verónica Veres.

Galicia, en concreto, aglutina casi un 80% del sector, si bien es cierto que también tiene presencia en otras comunidades como Asturias, Canarias, Cantabria o el País Vasco. Quizás sean cifras como esta las que expliquen el por qué las gallegas llevan lo que Mille define como “la voz cantante” ante el avance de derechos del gremio. Algo que asegura que compañeras de otras comunidades autónomas aún ven a “años luz” de alcanzar. De hecho, pone de ejemplo la situación de la Comunidad Valenciana, donde “tiran de las rederas que están jubiladas porque no tienen más”. Dentro de las que permanecen en activo se repite un escenario común en todos los territorios: la mayoría de la plantilla supera los 45 años.

Avances en derechos

Tanto Veres como Mille coinciden en que el punto de partida por la mejora de sus condiciones laborales comenzó con el asociacionismo y las movilizaciones derivadas del mismo que se produjeron a partir del accidente del Prestige en 2002, época en la que las rederas eran “totalmente invisibles”. Prueba de ello fue la exclusión inicial a la que se enfrentaron con las indemnizaciones que entonces fueron reconocidas para todo el sector del mar menos para ellas.

Desde entonces, Veres asegura que han “conseguido cosas”, entre las que destaca que el Instituto Social de la Marina (ISM) les reconozca como sector de pesca o la reciente aprobación del coeficiente reductor que determina la jubilación y con el que se reconocen enfermedades derivadas de la práctica profesional como lumbalgia o túnel carpiano. No obstante, esta última medida está pendiente de la aprobación del Senado, por lo que estiman que su efecto real no se manifieste como pronto hasta mayo. “Todavía queda el reconocimiento”, señala Veres. De ahí que hoy pongan en el punto de mira ser reconocidas por la Ley de Pesca, disponer de un ciclo para la formación profesional reglado por el Ministerio de Educación y acabar con el intrusismo, es decir, con quienes no están dados de alta ni como autónomos ni asalariados en la Seguridad Social.

Por otro lado, está la falta de transparencia, ya que son escasas las estadísticas que existen en relación con el cómputo de trabajadoras que integran el sector. Este fue uno de los alicientes que impulsó a las trabajadoras del sector primario a iniciar el pasado 2022 una petición parlamentaria, de la que casi un año después aún no saben nada, para que haya un Observatorio Gallego de Igualdad que registre los “datos reales” del número de trabajadores desglosados por oficio y sexo, tal y como señala la presidenta de Mulleres Salgadas, Dolores Gómez.

Pese a todo, la sororidad dentro del sector, así como la vocación de cada una de ellas han sido dos de los pilares que les han permitido llegar a donde están hoy, aunque todavía sea “lejos de la paridad de la profesión”, como señala Veres. “Es bonito, duro, pero como todas no cambiaría de oficio”, confiesa Blanco, que se declara también mujer de pocas palabras.

Desde el silencio, pues, todas ellas perpetúan el oficio en el que se sienten libres, esenciales e incluso en posible peligro de extinción “como no haya relevo generacional” en un futuro próximo.