"Llegar y besar el Santo": el origen del ritual jacobeo del abrazo al Apóstol

La Catedral recupera el abrazo al Apóstol

La Catedral recupera el abrazo al Apóstol / Antonio Hernández

Cristina S. Marchán

Tras una larga temporada en la que la COVID obligó a alterar las costumbres y ritos de los peregrinos, la Catedral de Santiago ha vuelto a permitir que los cientos de visitantes que llegan al templo diariamente puedan volver a abrazar la figura del Apóstol que preside el altar mayor.

¡Descubre el origen de este ritual!

Atención, Catedral en obras

La historia del abrazo al Apóstol comienza a finales del siglo XV, unos tiempos de gran agitación en Compostela: las revueltas de los irmandiños y la represión de las mismas por parte del obispo Berenguel (un personaje polémico como pocos en la historia compostelana) había dejado la ciudad irreconocible. La misma catedral sufrió grandes desperfectos, que están en el origen de la historia que nos ocupa.

El ciborio original encargado por Xelmírez estaba muy deteriorado y pasado de moda, por lo que su sustitución era algo necesario. De esta manera, se comenzó a construir un nuevo y monumental baldaquino para albergar la escultura del Apóstol Santiago. La innovación en esta estructura fue muy notable para la época, ya que prescindió de los pilares que típicamente sujetan estos elementos, optando por una estructura 'flotante' que sorprendía enormemente a los peregrinos y devotos. 

Esta elección, sin embargo, obligó a cambiar para siempre el recorrido que los peregrinos hacían en torno al altar mayor. Con algunas alteraciones menores, es exactamente el mismo que hoy se realiza.

El ritual del abrazo al Apóstol

Aunque la costumbre de llegar y besar el Santo se asentó en el siglo XVI, la estatua del Apóstol ya existía en el siglo XIII. Su nueva ubicación bajo el espectacular baldaquino la hizo más accesible, por lo que los peregrinos realizaban rituales algo improvisados y aleatorios: los alemanes tenían por costumbre poner sobre su propia cabeza una corona de plata que pendía sobre la cabeza del Apóstol; otros, quizá más irreverentes, le ponían a la talla su propio sombrero de peregrino. 

Arnaldo van Harff, un viajero alemán que llegó a Compostela en 1498, dejó descritas algunas de estas extrañas costumbres:

"En el altar mayor hay un templete. Sobre él hay una corona de plata. Los peregrinos alemanes suben por detrás del altar y se ponen la corona en la cabeza, y las gentes del lugar se burlan de lo que hacemos".

Otro cronista al que sorprendieron (para mal) estas cuestiones, fue Magalotti, quien llegó como parte del séquito de Cosme de Médici en 1669 y fue muy crítico con algunas de estas prácticas: 

Está la estatua del Santo y por detrás unas escaleras para subir. Quien quiere, la abraza con ridícula y supersticiosa piedad. A cualquier hora del día hay gente que se ejercita en tal función, habiendo quien no contento ni con una, dos ni tres, repiten diez y quince abrazos en distintas partes de la persona. Y es cosa indecente y ridícula el ver que los hombres, por no saber qué hacer con el sombrero, lo apoyan por detrás en la cabeza del Santo. 

La estatua, con ciertos 'cambios de vestuario' y arreglos, es la misma que hoy veneran miles de peregrinos cada año. Como casi todo Santiago de Compostela, esta sencilla costumbre que hoy es cotidiana tiene una historia llena de curiosidades.