Cruz Roja arropa a 80 familias en Santiago para las que poner la calefacción en Navidad es un lujo

En Galicia desde 2020, cuando viajó desde Perú para poder tratar a su hija con leucemia, Layla Montenegro intenta bajar la factura eléctrica preparando un menú navideño “en la olla y no utilizando el radiador a diario”

Layla Melina Montenegro con su hija pequeña en la avenida de Lugo de Santiago/jesús prieto

Layla Melina Montenegro con su hija pequeña en la avenida de Lugo de Santiago/jesús prieto / koro martínez

Son muchos los ciudadanos que en los dos últimos años, sobre todo tras dispararse los precios de la energía con la invasión de Ucrania, han empezado a estar muy pendientes del recibo de la luz ante una escalada de precios imparable. Hasta entonces no se habían planteado lo que consume un horno o una calefacción porque era algo que formaba parte de sus vidas cotidianas.

Sin embargo, y ya mucho antes de esta crisis, era y continúa siendo algo impensable para muchos vecinos de Santiago ante la pobreza energética en la que se ven inmersos. Y es que, según asegura en conversación con este periódico la coordinadora de la asamblea compostelana de Cruz Roja, Leonor Silva, “en estos meses más fríos detectamos un incremento del número de familias que acuden solicitando el pago de suministros o de un electrodoméstico para mantener a una temperatura adecuada la vivienda”, pero recalca que “es una línea que se mantiene similar todos los años”.

Apunta a que al cierre de este 2023 habrán atendido a entre ochenta y noventa familias, puesto que “ahora viene lo fuerte del invierno”, proporcionándoles ropa de abrigo y de cama, y aportándoles algo fundamental, unos conocimientos sobre eficiencia energética que les ayuden a sobrellevar el lastre para sus economías de la factura de la luz y el gas.

Para ello, Cruz Roja cuenta con un programa que “pretende reducir la vulnerabilidad energética en estos hogares, dando una respuesta integral a sus necesidades básicas generadas por el incremento de la energía”. Un programa de formación del que se encargan dos voluntarios, y en el que “se asesora a esas familias sobre el adecuado uso de la energía y el acceso a posibles bonificaciones porque muchas de ellas pueden ser beneficiarias del bono social y ni siquiera lo saben, y les damos consejos de todo tipo para reducir el consumo innecesario y que utilicen la energía de la manera más eficiente”.

Se trata de “familias sin ingresos o con prestaciones muy básicas, tanto españoles como de origen extranjero, y son fundamentalmente familias con menores a su cargo, pero también personas de edad avanzada con pensiones muy bajitas”, indica, y añade que “con los mayores intentamos que tengan ese bono social tramitado”, si bien subraya que “por lo general ellos tienen un concepto de la eficiencia energética muy bueno, son muy cuidadosos con encender las luces durante el día, saben cómo aprovechar la solar y evitan la electricidad cuando es más cara”.

Tanto para este colectivo como para todos los vulnerables que se acercan a Cruz Roja, las prioridades son que tengan todas las facturas al día y el bono social tramitado si les corresponde porque “las facturas de la luz son mucho más reducidas y les va a permitir hacer frente a ellas por sus propios medios, de manera que pueden venir puntualmente solicitando un pago por un contratiempo”.

Layla Melina Montenegro, de 29 años, es una de esas usuarias a las que la formación en materia de eficiencia energética le ha permitido reducir su factura porque “yo antes consumía 70, 79 euros mensuales, a veces hasta pasaba de los 80 en invierno por las calefacciones, pero ahora en estos meses que llevamos ya de frío llego a los 50, 53, pero nunca he pasado de los 55 euros”.

Residente en Santiago desde enero de 2021, apenas un mes y medio después de dejar su Perú natal junto a su marido y su entonces única hija para poder seguir tratando a la pequeña de la leucemia mieloide que padecía, intenta mantener a rajatabla esta reducción de la factura porque “tienes todo muy presupuestado”. De ahí que “no pongo la calefacción los siete días de la semana, le doy descanso al menos un par para poder cubrir otros gastos, y lo que hago es abrigar más a las niñas”.

Con la mayor a punto de cumplir los seis años en enero y otra de dieciocho meses nacida ya en Santiago, explica que “aunque tengo agua caliente, los platos los lavo en frío para gastar menos, y el horno apenas lo utilizo porque no funciona muy bien y gasta mucho”, y para el menú navideño “no voy a hacer gran cosa, algo en la olla y ya está”.

Destaca que le ha sido de mucha utilidad la formación para “saber cuáles son las franjas horarias más económicas o que también puedes ahorrar enchufando aparatos a una regleta con interruptor y apagándola cuando no los estás utilizando”.

Recurrió a Cruz Roja este verano cuando tenía dos facturas de la luz impagadas porque “mi marido empezó a trabajar en una empresa en enero, una vez tuvimos los papeles en regla, y a partir del segundo le pagaban mal hasta que en mayo y junio no recibió nada, con lo que le pidió el finiquito para poder ganar dinero en otro lugar con el que mantener a su familia”. Señala que “como las empresas en vacaciones no contratan y tampoco recibió el finiquito, estuvimos viviendo de lo que nos prestaban amigos, y fue cuando fui a Cruz Roja”.

Está muy agradecida del trato recibido, ya que “nos ayudaron con lo que debíamos de electricidad y de agua, con el alquiler del piso, con tarjetas para ir a comprar al supermercado comida, y yo he recibido formación como camarera de piso, que es de lo que trabajo los fines de semana”.

Sobre su vida en Compostela, reconoce que “aunque no vivamos con dinero como para tirar y es verdad que uno extraña mucho a su familia y su país, aquí se vive un poco más tranquilo en cuanto a delincuencia y, además, la mayor continúa con sus controles, con lo cual nosotros nos hemos establecido aquí y aquí nos vamos a quedar, aunque vayamos cuando podamos a Perú para que conozcan a la pequeña”.

Tanto ella como su marido “viajamos por primera vez al extranjero en noviembre de 2020, A Coruña, porque a mi hija le diagnosticaron leucemia mieloide aguda y, tras seis meses de quimioterapia, los médicos nos dijeron que el cáncer había remitido y que no le iban a poder dar más, aunque lo más probable es que volviera”. Señala que en Perú el trasplante de médula solo se lleva a cabo entre hermanos y como no tenían más hijos, “empecé a investigar porque mi mamá había fallecido de eso y yo sabía que mi hija iba a volver a enfermar”.

Con la ayuda de un préstamo que pidió su padre y no pocas dificultades en plena pandemia en la que apenas si se podía viajar, “logramos un vuelo por razones humanitarias y aterrizamos en A Coruña, ya que un amigo de mi padre nos ofreció una habitación tras ver por redes que pedíamos donantes y sangre para la niña porque en Perú lo tienes que conseguir tú, no es como aquí”.

“Vinimos con el dinero para sobrevivir un par de meses, de Servicios Sociales nos enviaron a la ONG ACCEM para poder recibir ayuda de forma inmediata, y cuando llevamos a mi hija al hospital un mes y medio después de salir del de Perú, tenía leucemia”.

Para el trasplante de médula ósea, cuya donante fue la propia Layla, se trasladaron a Santiago con el apoyo de Movimiento por la Paz, y tras un segundo intento “recuerdo que el 17 de abril de 2021 empezaron a subir todos sus niveles y a mejorar”.

Hoy, casi tres años después, cuenta entusiasmada que “tiene sus revisiones trimestrales, pero hace una vida normal, es una niña feliz, y es algo que mi marido y yo no nos podíamos ni imaginar”.